PURO VIAJE

Autor: Enrique Kogan

Mi Aventura en Giza: Un Viaje a las Maravillas del Pasado

Siempre soñé con viajar a Egipto, y finalmente el momento llegó. Desde el instante en que pisé el aeropuerto de El Cairo, la atmósfera del lugar me transportó a una historia milenaria llena de misterios y grandeza. Mi destino: Giza, hogar de las pirámides más famosas del mundo y de la enigmática Esfinge.

El primer día comenzó temprano, con un cielo despejado y el aire cargado de emoción. Mientras nos acercábamos a la meseta de Giza, las imponentes siluetas de las pirámides se levantaban en el horizonte.

La vista era surrealista. Allí estaban, las tres grandes pirámides: Keops, Kefrén y Micerinos, custodiando siglos de historia.

Decidí explorar primero la Gran Pirámide de Keops, la más antigua y alta de las tres. Con su perfección geométrica y su tamaño impresionante, es difícil imaginar cómo los antiguos egipcios lograron construir semejante maravilla sin la tecnología moderna.

Al caminar por sus pasajes interiores, sentí una mezcla de asombro y respeto por las habilidades de aquellos que levantaron este monumento. La penumbra y el silencio me hicieron reflexionar sobre el propósito espiritual que debió tener este lugar.

Al salir, me dirigí hacia la Esfinge. Verla en persona fue mucho más impresionante de lo que jamás había imaginado. Su rostro desgastado por el tiempo parecía observar a través de los siglos, y su cuerpo de león simbolizaba una fuerza eterna. Me quedé unos minutos admirándola, intentando descifrar los secretos que parecía guardar celosamente.

Más tarde, monté un camello para recorrer los alrededores. Aunque al principio estaba un poco nervioso, pronto me relajé y disfruté del ritmo pausado del paseo. El guía, un hombre local amable y conocedor, compartió conmigo historias fascinantes sobre la vida en el desierto y las creencias de los antiguos egipcios.

Desde mi posición elevada, pude contemplar el paisaje de dunas doradas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Un momento inolvidable fue ver el atardecer desde la meseta. Los rayos dorados del sol bañaban las pirámides, creando un espectáculo de sombras y luces que parecía sacado de un sueño. Me senté en silencio, contemplando la majestuosidad del lugar y sintiendo una conexión indescriptible con el pasado.

El día terminó con una cena tradicional egipcia en un restaurante cercano. Saborear platos como el koshari y el falafel mientras escuchaba música árabe en vivo fue el cierre perfecto para un día lleno de emociones. La calidez de las personas locales me hizo sentir como en casa, a pesar de estar a miles de kilómetros de ella.

Mi viaje a Giza fue más que una experiencia turística; fue una inmersión en la historia y la cultura de una civilización que sigue asombrando al mundo.

Al despedirme de las pirámides, prometí regresar algún día, porque en ese rincón del mundo sentí que el tiempo y el espacio se detenían, ofreciéndome una perspectiva completamente nueva sobre el legado de la humanidad.

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